Tu Fortaleza
BendicionesTen paciencia, y espera que sea Dios quien trabaje con la vida de aquellos que están a tu alrededor; porque, si algo sabe el mundo es derrumbar a la gente; pero que no quede en las manos de un creyente. Las manos de un creyente deben ser las mismas de Cristo, deben ser de aquellas que levanten a los que han sido acusados por el sistema del mundo. Le pido a Dios que hoy recibas esta palabra.En Mateo 5:21, en adelante, Jesús hace una comparación entre el enojo y el homicidio, poniéndolos en un mismo nivel. Sabemos que Jesús experimentó enojo en un momento dado, pero aquel enojo era apropiado, porque era una indignación en contra de una causa, y no en contra de una persona; era en contra de ciertas actitudes, con las que Jesús había venido a romper. Nunca hubo un ataque personal de Jesús contra alguien específico, sino que su ataque era al sistema que tenía atado a un grupo de personas, y que mantenía paralizada y esclava la mente de un grupo de personas.
Jesús siempre tornaba las mesas, no tan solo físicamente, sino emocional y mentalmente, para que ellos mismos se dieran cuenta de su error, y su propia conciencia los hiciera redargüir. Cuando a Jesús le llevan la mujer que fue encontrada en el mismo acto del adulterio, él pudo haberlos acusado directamente, pero permitió que la conciencia de cada cual les acusara, diciendo: El que esté libre de pecado, arroje la primera piedra. En aquel momento, la conciencia de cada uno de ellos les acusaba.
La indignación de Jesús era en contra del sistema, mas no en contra de las personas. El problema, hoy, es que somos demasiado volátiles. Escalamos en nuestra ira, no maduramos en nuestras emociones, no tomamos autoridad sobre nuestros pensamientos. Y, cuando escalamos, como dice Jesús en estos versos, primero te enojas contra tu hermano, luego le dices necio, luego le dices fatuo, que no es otra cosa que deshonrar en público a una persona. Tú tienes que entender que tú no eres el responsable de juzgar a este mundo, de condenar a este mundo. Tú no estás en la posición de deshonrar a una persona y humillarla, haciéndole perder su honra en la sociedad.
Ten paciencia, y espera que sea Dios quien trabaje con la vida de aquellos que están a tu alrededor; porque, si algo sabe el mundo es derrumbar a la gente; pero que no quede en las manos de un creyente. Las manos de un creyente deben ser las mismas de Cristo, deben ser de aquellas que levanten a los que han sido acusados por el sistema del mundo.
Jesús se inclinó, bajando a la posición en que se encontraba aquella mujer que fue hallada en el mismo acto del adulterio; porque la única manera de poderla levantar, era doblándose él primero, a la posición en que ella se encontraba. Y nosotros, como creyentes, debemos llegar a ese nivel en nuestra vida, donde entendamos que nuestra posición es ponernos en el lugar de otros, para ayudarles a levantarse del lugar en el que el mundo los ha tirado, y su conciencia los ha puesto, y nosotros podamos mostrarles el poder de la gracia divina sobre sus vidas. Ese es nuestro trabajo, nuestra labor.
El problema es que nuestra sociedad no piensa de esa forma. Tendemos a pensar que tenemos todo el derecho para enojarnos. Justificamos siempre nuestro enojo. Nos razonamos hacia la permanencia en el enojo; muy pocas veces razonamos nuestra salida. Y el problema es que, mientras más permitamos que permanezca ese enojo sin resolver, no podemos pensar que las cosas van a mejorar; van a empeorar. Pero tendemos a pensar que se nos va a pasar, sabiendo que hay muchas cosas que no pasan. Cuando perpetuamos ese estado emocional, lo que hacemos es detener el crecimiento que Dios tiene para cada uno de nosotros. Y lo peor de todo es que, lo que más se afecta es nuestra relación con Dios, y nuestra relación familiar. El apóstol decía que, si estás en coraje con tu esposa, no pienses que tus oraciones están llegando al cielo; puedes orar todo cuanto quieras, pero tus oraciones no pasarán del techo.
La gente permanece en coraje porque piensan que la gente alrededor debe comprender la razón del enojo. Además, pensamos que el estar enojados es un símbolo de fortaleza, una demostración de carácter; pero, en la palabra del Señor, se establece todo lo contrario: La mansedumbre, la sencillez, es lo que te hace más fuerte. Besar a Judas, después de haber cenado con él, sabiendo que te va a traicionar, te hace más fuerte. Aquella actitud de nobleza de nuestro Señor, demuestra mayor fortaleza que una actitud de coraje. Cualquiera puede tener un arranque de coraje. Pocos son capaces de seguir actuando con gentileza y con madurez, en un momento emocional. Y más fortaleza tiene el que se contiene, que aquel que se deja llevar por la ira.
Tu fortaleza no se encuentra en reaccionar en base al coraje, aunque tengas razones lógicas para estar enojado, sino que tú fortaleza se encuentra en reaccionar apropiadamente, en base a la situación.
Es necesario que tomes dominio de tus pensamientos. La palabra de Dios nos dice que llevemos todo pensamiento cautivo a la obediencia de Cristo. No podemos dejar que nuestras emociones sean las que manejen nuestra vida. No podemos permitir que nuestra mente sea la que controle nuestra manera de pensar. Tenemos que vivir bajo otro nivel, pensando como Jesús pensaba.
Cada vez que te enfrentes a una situación, responde apropiadamente. No se trata de que te dejes pisotear, sino de que hagas lo que tienes que hacer, sabiendo controlarte. Aprende cómo y dónde reaccionar. Toma autoridad sobre tu boca, sobre tus palabras, sobre tu mente, de manera tal que tú puedas permitir que sea el Espíritu Santo quien te dirija, aun en esas circunstancias en las que, en otro momento de tu vida, hubieses reaccionado bajo coraje. Déjate dirigir por la mano poderosa de Dios.
Pastor Roberto Ramírez
Siempre leemos los comentarios de cada mensaje. Es un verdadero gozo y un privilegio que Dios nos permita bendecir tantas vidas, aún a la distancia. Compártenos siempre cómo esta palabra ha bendecido tu vida.
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